En los últimos años ha crecido la preocupación por el cambio climático, la contaminación del medio ambiente, la pérdida de biodiversidad, el incremento de las desigualdades y el buen gobierno en las empresas, todos conceptos que se han englobado en el enfoque ASG. Simultáneamente se produjo un crecimiento exponencial de los recursos financieros de inversores que se volcaron hacia los denominados fondos ASG que parecían la estrella absoluta del mundo financiero.

 

Sin embargo esta tendencia ha empezado a cambiar, entre otras razones por un mayor control que obliga a que aquellos fondos que dicen ser ASG, lo sean verdaderamente; también la creciente influencia de una corriente anti-ASG en Estados Unidos, que ha etiquetado la inversión ASG como “capitalismo woke” que ha logrado “asustar” a los grandes bancos y administradores de fondos de inversión y fomentado el surgimiento de fondos anti-ASG y finalmente las dudas que comenzaron a surgir sobre la superioridad de los rendimientos financieros de los fondos ASG.

 

Al presente existe una polémica entre los defensores de las inversiones ASG y los de la inversión tradicional sobre cuál de ellas produce una mayor rentabilidad, sin que surja un resultado nítido a favor de alguna, aunque es cierto que pasado el furor inicial de la demanda por fondos de inversión en activos sostenibles de algunos pocos años atrás, el diferencial de rendimientos parecería haberse reducido considerablemente.

 

Ahora bien, la pregunta que surge entonces es ¿habría sido dable esperar que las inversiones ASG predominen permanentemente sobre las inversiones tradicionales? La respuesta es que actualmente no hay ninguna buena razón para pensar que esto sea así puesto que el horizonte de inversión de los inversores individuales[1] abarca una generación, a lo sumo dos si es que predominaran los padres que ahorran e invierten pensando en legar a sus hijos, mientras el horizonte temporal que requiere la solución de los grandes problemas colectivos a los que se enfrenta la humanidad se extiende por varias generaciones, sobre todo en temas ambientales donde las consecuencias negativas de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) perduran por cientos de años.

 

Como consecuencia de ello lo que importa a la parte de la sociedad mundial que prefiere inversiones sostenibles aún no afecta a las estrategias de inversión predominantes que tienen un horizonte temporal muy corto y donde las cuestiones ASG a largo plazo no son especialmente relevantes, salvo que la proporción de población preocupada por los temas de sostenibilidad se hubiera mantenido creciendo de manera sostenida, pero eso ya pasa por la evolución de las preferencias ético – morales y no por cuestiones económicas.

 

El resultado tal vez sería distinto, si, por ejemplo, en el caso del cambio climático se pudiera encontrar la manera adecuada de traer al presente el escenario catastrófico futuro que la mayoría de los científicos predicen para la Tierra si la emisión de GEI y el calentamiento global siguen aumentando. Mientras el valor de los activos se determine por el precio de mercado y este no refleje las externalidades negativas derivadas de los efectos futuros de las emisiones decarbono implícito en cada proceso productivo las rentabilidades relativas de las inversiones ASG y tradicionales seguirá dependiendo de cuestiones morales más económicas.

 

 

[1] La noción de finitud de la vida humana determina que los inversores individuales prefieran maximizar su bienestar en el tiempo de su vida, aunque ello implique un menor bienestar de las generaciones futuras.