Durante los últimos años hubo un incremento sin precedente de personas, empresas y gobiernos actuando en diversas formas y roles promoviendo la sostenibilidad del planeta y de los factores de riesgo ASG como forma de asegurarla, particularmente sobre el calentamiento global, todo lo cual produjo, por ejemplo, que las inversiones en energías renovables se duplicaran entre 2015 y 2024 mientras que en el mismo período las inversiones en combustibles fósiles cayeran en más de un 30%.

 

Casi simultáneamente y como consecuencia de este movimiento comenzó a tomar relevancia un movimiento anti ASG, particularmente en Estados Unidos, el cual alcanzó una dimensión impensablemente mayor luego de la llegada de Donald Trump al gobierno. Para ilustrar esto sólo basta enumerar algunas de las nuevas medidas tomadas por Trump, por ejemplo, salió nuevamente del acuerdo de París, dejó sin presupuesto a la ley de inversión en energía solar, eólica y de vehículos eléctricos (subsidiando en contrapartida la producción de combustibles fósiles), recortó el presupuesto de la Agencia de Protección Ambiental (EPA) que debe hacer cumplir las leyes de aire, agua y emisiones limpias, eliminó los requisitos corporativos de ASG que exigían a las empresas informar sobre su huella de carbono y que sus riesgos de sostenibilidad hayan sido desechados, etc[1]. Pero lejos, dependiendo de su desenlace, lo más negativo para la sostenibilidad y sobre todo para la meta de emisión cero de gases de efecto invernadero (GEI) para el año 2050 podría ser la irracional imposición de aranceles al comercio internacional que implicará una enorme perdida de eficiencia productiva global y por ende más uso de recursos energéticos convencionales.

 

Bajo la excusa de que el termino ESG[2] representa intervenciones estatales que limitan las “libertades individuales y promueven un pensamiento único”, estas medidas del gobierno de Estados Unidos en realidad es una mezcla de necedad e intereses empresarios y políticos concurrentes que pretenden proteger el valor de los activos invertidos en actividades vinculadas al uso de combustibles fósiles, y en verdad esto no es un tema menor pues Estados Unidos es el segundo país en el mundo como emisor de GEI (el primero medido en términos per cápita) pero también uno de los primeros en inversiones en el desarrollo de energías limpias.

 

Con todo lo malo que pueda parecer el escenario descrito, estas políticas no significan el acta de defunción del movimiento ASG pues por un lado entre el 65 y 70% de la opinión de la población mundial[3] concuerda en la existencia de una emergencia climática y en que se debe actuar para revertirla y esta demanda será lo que en el largo plazo determine la conducta de los gobiernos y fundamentalmente que casi el 100% de los científicos del mundo, aun las principales agencias gubernamentales y organizaciones científicas privadas dentro mismo de los Estados Unidos,

 

han reconocido que el calentamiento global es un serio problema de origen humano que debe tratarse,[4] e incluso estados importantes como California, Washington, Nueva York, Massachusetts[5] tienen una fuerte posición en materia de cambio climático, con políticas que fomentan la eficiencia energética y las energías renovables. También las grandes corporaciones de los Estados Unidos genuinamente convencidas del origen del cambio climático y sus consecuencias están optando por trabajar silenciosamente por la sostenibilidad para evitar represalias del movimiento anti ESG, lo cual será un beneficio inesperado pues contribuirá a reducir el greenwashing.

 

Mientras tanto la responsabilidad de avanzar en materia de ASG recae mucho más en la Unión Europea y aunque parezca paradójico[6] el mayor apoyo actualmente proviene de los países asiáticos, porque su rápida industrialización, su crecimiento demográfico y en buena medida por sufrir los eventos climáticos más severos los ha llevado a liderar el proceso de sustitución de combustibles fósiles. Sumados dan cuenta de más del 60% de la inversión mundial en energías renovables[7].

 

En conclusión, el regreso de Trump es un gran retraso para la sostenibilidad global y el alcance de las metas de París 2015, pero no implica revés total pues la opinión de la población mundial, el consenso científico y la aparición de otros países liderando la transición energética indicarían que el progreso climático sigue, el punto que importa es si ello será suficiente para no llegar a la irreversibilidad de los cambios del clima de la Tierra.

 

[1]Recientemente el Departamento de Justicia de los Estados Unidos ha demandado a los Estados de Hawái, Nueva York, Vermont y Michigan porque pretenden cobrar a las empresas de combustibles fósiles el costo de sus emisiones de gases de efecto invernadero. 

[2]Ellos lo denominan “wokismo”

[3]Conforme a una encuesta independiente hecha entre los países del G20 que representan del 75%, 80% y 60% de la emisión de gases de efecto invernadero, del producto bruto mundial y de la población total de la Tierra respectivamente, y sobre una muestra de 689000 personas, el 70% de los jóvenes de hasta 18 años consideraba que existía una emergencia climática mientras el 30% no lo consideraba así, en tanto que para los mayores de 18 años los porcentajes eran de 65 y 35% respectivamente. Ver https//peoplesclimate/vote

[4]Entre estas se encuentran El Programa de Investigación del Cambio Global de los Estados Unidos, la National Oceanic and Atmospheric Administration, la NASA, la Fundación Nacional de Ciencias, la Agencia de Protección del Medio Ambiente, la Academia Nacional de Ciencias, Ingeniería y Medicina y la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia. Se puede consultar en los respectivos sitios de internet de cada una de estas instituciones y agencias.

[5]California está entre la quinta y sexta economía del mundo y sumado a China son más mayores que Estados Unidos.

[6]Porque tienen graves problemas en materia social y de gobernanza y son los mayores emisores de GEI

[7]https://www.iea.org/reports/world-energy-investment-2024/overview-and-key-findings